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Descargo de responsabilidad: Todo lo discutido en este episodio debe ser considerado como entretenimiento solamente y jamás como consejo de inversión. Nada de lo dicho aquí tiene un propósito de asesoramiento financiero o recomendación.

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Transcripción

Bitcoin no existe en un vacío. En su primer bloque, el bloque génesis, Satoshi introdujo la portada del Financial Times de ese día para así demostrar que no había habido preminado de ningún tipo. El azar, la visión de Satoshi o su paciencia quisieron que la portada de ese día leyera: "Chancellor on Brink of Second Bailout for Banks", que se traduce a algo como “Secretario del tesoro británico al borde de un segundo rescate a los bancos”. Si alguno de vosotros aún tenía dudas de cómo la política controla el sistema bancario, que a su vez controla la mayor parte de la creación de dinero, bueno, pues ahí queda ese titular.

El hecho de que Bitcoin naciera en mitad de una gran crisis financiera ha cimentado la imagen de este activo como respuesta a un régimen fallido. Como la solución a un sistema monetario corrupto e inadecuado. Es en parte por esto, en mi opinión, que muchos bitcoiners vemos en los fallos del actual sistema monetario pistas del advenimiento de Bitcoin. Cada nueva crisis se recibe con los brazos abiertos pues en su seno trae la esperanza de que sea esta la que por fin, sirva para instaurar bitcoin. Esto, justificadamente, da a los bitcoiners cierto aura de agoreros a pesar de que en su tesis reine el optimismo.

No son los únicos maltratados por la opinión popular. La palabra “crisis” también se ve hoy día impregnada por una negatividad de la que carecía en su origen. La palabra "crisis" proviene del término griego "krisis", que a su vez deriva del verbo "krinein", que significa "juzgar" o "decidir". En el contexto médico original, "crisis" se refería a un punto decisivo en la evolución de una enfermedad, donde se producía un cambio significativo, ya sea una mejoría o un empeoramiento. Hoy, la palabra "crisis" se utiliza para describir una situación de cambio, inestabilidad o peligro que puede tener consecuencias importantes y que requiere una decisión o acción inmediata. Nadie habla de crisis como algo que pueda acabar bien. No obstante, la historia está llena de ejemplos en los que una crisis tuvo como resultado algo positivo. 

Hace aproximadamente 240 años se comenzó a gestar una crisis que desembocó en un evento transformador que redefinió las estructuras de poder y sentó las bases para el surgimiento de nuevas formas de gobierno y pensamiento político. Incluso creó un nuevo calendario, instauró las semanas de 10 días y los días de 10 horas. En el apogeo de esta crisis se pusieron de moda las procesiones que en lugar de trasladar imágenes de santos, desplazaban a condenados a muerte desde las cortes revolucionarias hasta la guillotina, en un transcurso ideado para exhibir al culpable ante la multitud. Al final del para nada agradable paseo, le esperaba una no menos desagradable aunque más rápida conclusión a sus pesares al desaparecer estos prontamente a la caída de una pesada hoja de metal sobre su cuello. 

La Revolución Francesa, que tuvo lugar desde 1789 hasta 1799, fue un período de agitación política y social en Francia que se fue gestando durante los años previos. Ese período se vio marcado por un descontento generalizado. La población sufría elevados impuestos, escasez de alimentos y desempleo. Los franceses pedían una Constitución, una mayor participación política y una reducción de los privilegios de la nobleza y el clero. El rey Luis XVI no sólo no hizo caso a las demandas sino que amenazaba con usar la fuerza contra el pueblo. Esa fue la chispa que provocó la toma de la Bastilla y el inicio de la revolución. El movimiento derrocó a la monarquía absoluta y llevó al establecimiento de una república en Francia. Sin duda fue una crisis, una situación de cambio de la que algunos se beneficiaron y otros salieron perjudicados. Fue el comienzo de una nueva era política en todo el mundo, apenas 200 años después, la democracia es el sistema más aceptado por los ciudadanos del globo. 

Hace 160 años se presentó otra gran crisis. Este momento también cuenta con algunos eventos marcados fáciles de recordar por el imaginario popular, entre los que destaca la Guerra de Secesión Americana. Esta Guerra Civil que tuvo lugar entre 1861 y 1865 es un ejemplo importante de conflicto interno y una de las principales crisis de la época. Podríamos concluir de este evento que supuso la abolición de la esclavitud y hablar de cómo esta crisis supuso el comienzo del fin de esta institución en todo el mundo. Pero no creo que esta sea la crisis ni el principal efecto producido en estos años. Por una parte, la esclavitud ya llevaba décadas siendo perseguida en otros lugares y, por otra, una crisis necesita ganadores y perdedores. Requiere que algo muera para que otra cosa vida. Por eso, para mí, esta crisis fue la de los medios de producción. 

La revolución industrial que había comenzado décadas antes en Inglaterra, llegado este punto se encontraba en auge en la mayoría de países avanzados. Esta increíble nueva capacidad de producir tuvo muchos efectos, como por ejemplo la significativa expansión de los imperios coloniales europeos. Esta se vio influida, por un lado; por la capacidad de mantener ejércitos en constante movimiento por el mundo y, por otro, el incremento de demanda de materia prima para alimentar sus nuevas máquinas. Y podríamos pensar entonces que los ganadores de esta crisis serían los colonos y los perjudicados los colonizados, no obstante, no creo que esa sea la crisis ni la conclusión que buscamos. No, la verdadera crisis derivada de la revolución industrial fue el desplazamiento del poder, que pasó de estar en manos de los grandes poseedores de tierra agrícola a los productores industriales. Familias ricas que habían disfrutado de una posición privilegiada durante generaciones vieron su fortuna y su influencia diluirse con el crecimiento de la industria y los nuevos ricos. Mucha deuda se quedó sin pagar, cientos de familias acaudaladas tuvieron que vender la vajilla de sus palacios para tratar de sobrevivir un mes más sin declararse pobres de necesidad. Este proceso no se produjo sin provocar tensiones, malestar y desigualdad que agitaron los ánimos de la sociedad, pero esta crisis tuvo como resultado un mundo capaz de satisfacer las necesidades de muchos más humanos. 

Hace 80 años, las tensiones acumuladas desde 1920 culminaron en la Segunda Guerra Mundial, una crisis que cumple perfectamente con la definición de situación de peligro con consecuencias importantes. De nuevo, no me parece que lo adecuado sea reducir este evento a uno que presenta como vencedores al bando aliado y perdedores al bando nazi. Esta guerra fue la primera soportada por los dineros fiat de los distintos contendientes. El patrón oro se abandonó definitivamente en 1930 después de haber sido abolido temporalmente durante la Primera Guerra Mundial, como era costumbre hacer hasta entonces. El comienzo de la Segunda Guerra ya cogió a todos los implicados en una suerte de dinero fiat ampliamente extendido y apoyado por la ciudadanía. No fue necesario confiscar el oro de sus súbditos, la guerra se financió por el bien de todos a base de inflación, destruyendo el valor del dinero ahorrado por todos ellos. Tras esta gran crisis, el dinero cambió. Una institución que había evolucionado naturalmente hasta encontrar en el oro su mejor expresión fue prohibida en todas aquellas formas que no fueran las sancionadas por el gobierno. Los perdedores de esta crisis fueron los ahorradores. Toda la riqueza que habían generado desde la revolución industrial pasó a estar en manos de los gobernantes que, imprimiendo moneda, podían extraer el valor de ese ahorro desde la seguridad de sus bancos centrales. 

Ray Dalio en su libro sobre los grandes ciclos de deuda o Strauss y Howe en su libro The Fourth Turning, presentan un escenario en el que períodos de 80 años suponen los grandes ciclos a través de los que transcurre la humanidad. Cada 80 años se cocina un momento en el que la suma de descontentos y una gran masa de deuda hacen al futuro menos vivible y llevan al mundo a una crisis, a una decisión tras la cual quedarán ganadores y perdedores. En 2020 se cumplieron 80 años del comienzo de la última gran crisis y, la verdad, no se puede decir que 2020 defraudara a nadie en ese sentido. ¿Estamos realmente viviendo una gran crisis? 

Raymond Thomas Dalio fundó el fondo de inversión Bridgewater en 1975, fondo en el que ha trabajado desde entonces. Dicen que el diablo sabe más por viejo que por diablo así que, aunque solo sea por eso, podemos asumir que Ray Dalio tiene cierta idea sobre inversión. Su fondo lo ha hecho muy bien pero lo que ha catapultado a Ray como figura más allá de como inversor es su teoría de los grandes ciclos que ha explicado a lo largo de libros y entrevistas. 

Como todo ciclo, este tiene un comienzo y un final. En su opinión, nos encontramos cerca del final de uno: “La historia demuestra que los dolorosos cambios sísmicos del Gran Ciclo se producen cuando simultáneamente: 1) se crea demasiada deuda, lo que provoca el estallido de burbujas de deuda y contracciones económicas que hacen que los bancos centrales impriman mucho dinero y compren deuda; 2) se producen pugnas dentro de los países debido a los grandes conflictos de riqueza y valores, agravados por las malas condiciones económicas; y 3) se producen desavenencias internacionales debido a que las potencias mundiales emergentes desafían a las potencias mundiales existentes en un momento de crisis económica y política interna.”

La deuda es algo que se comienza a acumular cuando las nubes se disipan y el futuro parece menos incierto. En momentos de incertidumbre hay muy poco interés en un instrumento que te devuelve tu capital y un poco más si la situación no empeora en los próximos años. La incertidumbre, precisamente, hace que el ahorrador desconfíe de que la situación no pueda empeorar. Es por esto que cuando la visibilidad escasea, la gente prefiere el dinero más líquido, esto es, el que más fácilmente se puede convertir en aquello que demandamos. Ahora, conforme la situación mejora y la incertidumbre desaparece, el ahorrador comienza a ver en la compra de deuda una manera sencilla de rentabilizar su ahorro. Keynes decía hace 100 años que en el futuro todos seríamos rentistas, viviendo de los intereses que nos paguen por acumular deuda. Esta bonanza se retroalimenta y produce que los creadores de deuda necesiten cada vez pagar menos por emitir, en casos extremos y antinaturales se puede llegar, como se hizo, a pagar intereses negativos. Y, como no puede ser de otra forma, tras el atracón de deuda viene la resaca. En el momento en que vuelve a aparecer la incertidumbre, toda esa cantidad de deuda se convierte en un lastre, una carga para los contemporáneos que no estaban ahí cuando se empezó a acumular deuda. 

Hoy estamos en ese punto. Como explica Peter St Onge: “​​Tras décadas de pagar lentamente la deuda de la II Guerra Mundial, ésta aumentó bruscamente con Nixon, pasando de menos del 40% a ahora más del 120% del PIB. De hecho, se proyecta ahora que la deuda nacional americana alcanzará el 180% en 30 años, lo que supone tanto acelerar la tendencia como llegar a un territorio inexplorado que, históricamente, ha conducido a la bancarrota nacional.” La inflación acumulada, o la devaluación del dólar, también está tomando velocidad de crucero destruyendo por el camino el ahorro de las clases bajas y medias ensanchando así la distancia entre pobres y ricos. De hecho, podemos ver la acumulación de riqueza en el 1% de la población americana en más del 20% (esto es, el 20% de toda la riqueza está en el 1% de la población). Niveles no vistos desde 1920. 

Lo cual nos lleva, al segundo punto crítico apuntado por Dalio: conflictos internos, es decir, dentro del país. Cito a Dalio: “En varios países, sobre todo en EEUU, hemos visto un porcentaje creciente de la población que son extremistas populistas (alrededor del 20-25% de la derecha son extremistas y alrededor del 10-15% de la izquierda lo son) y una disminución del porcentaje de la población que son moderados bipartidistas. Aunque los moderados bipartidistas siguen siendo mayoría, constituyen un porcentaje cada vez menor de la población y están mucho menos dispuestos a luchar y ganar a toda costa.” No es algo que veamos únicamente en EEUU. Un vistazo rápido a los titulares de cualquier periódico reciente arroja la misma conclusión. 

Robert Sesselmann se convirtió recientemente en el primer candidato de Alternativa para Alemania que triunfaba en unas elecciones regionales, conmocionando a la clase política alemana al obtener el 53% de los votos emitidos. Alternativa para Alemania, partido calificado de populista y de extrema derecha, se ha presentado como un agresivo opositor a la política energética y climática del gobierno. ¿Cómo han calificado los medios de comunicación tradicionales este resultado, que según todos los indicios se produjo en unas elecciones libres y justas? Como antidemocrático y una amenaza para la democracia. ¿Es realmente así? Imposible saberlo, lo único claro es que cuando dentro de una democracia se empieza a culpar al sistema, la cosa no suele acabar bien. 

Luego tenemos Francia. Como este país es conocido por todos por su tendencia a la sublevación frente a la autoridad, no me voy a detener mucho. Digamos únicamente que la fractura social está tomando calor en el país galo y la represión cada vez está demostrando ser más inútil. 

Peter St Onge considera que el estado y su crecimiento sin freno desde la instauración del dinero fiat está detrás de esta polarización y tendencia hacia el populismo (opinión que comparto): “Los gobiernos utilizan sus presupuestos financiados por la Fed (o el banco central de turno) para empujar todo lo que pueden al terreno político, desde el clima hasta los niños. Al fin y al cabo, el objetivo de cualquier burócrata es conseguir más presupuesto, más personal: es el equivalente burocrático de los beneficios en una empresa privada. Una vez que algo es político, es de suma cero: ambas partes deben luchar o arrastrarse. Así que más presupuesto impulsa más actividad. Y si esa actividad es tan disfuncional y corrupta como el gobierno, y está armada con poder policial para obligar a la obediencia, impulsa más disfunción, más corrupción y más conflicto.”

Este conflicto, ha tendido a escalar en ocasiones anteriores. No sólo de puertas hacia dentro, sino hacia el exterior. Los conflictos internacionales son el tercer punto que marca el fin de un gran ciclo. Como dice Peter: “Históricamente, cuando las masas rechazan el status quo, recurren instintivamente a la guerra. Las élites hacen esto porque las guerras unen y distraen como ninguna otra cosa. Además, la guerra tiene la atractiva característica de que la "seguridad nacional" puede utilizarse para suprimir la disidencia, incluso encarcelar a la oposición, como hicieron tanto FDR como Winston Churchill, y muchos otros antes que ellos. La guerra es totalitarismo de manual.”

Podemos observar cierto acelerón hacia algún tipo de conflicto en los datos de comercio entre países que está cayendo, en gran medida motivado por una agenda política. EEUU ofreció en 2022 unos 420.000 millones de dólares de financiación para incentivar la producción nacional de chips y tecnologías de energía limpia. Esta ley exige que todo el hierro, el acero y otros materiales de construcción utilizados en proyectos de obras públicas se fabriquen en suelo americano. 

También, como observa Matthew Klein: “Los estadounidenses, chinos y europeos han reducido sus préstamos e inversiones en el extranjero, al tiempo que han vendido proporcionalmente menos créditos financieros a extranjeros. En 2021, el valor bruto de las transacciones financieras transfronterizas entre Estados Unidos, China y la zona del euro fue de unos 7,9 billones de dólares. En 2022, esa cifra fue de sólo 2,8 billones de dólares. Los datos estadounidenses de los tres primeros meses de este año sugieren que el volumen de las transacciones transfronterizas ha seguido reduciéndose. Las transacciones financieras internacionales en las que participan las tres mayores economías del mundo son menores en relación con su producción combinada que en cualquier otro momento, salvo en el punto más bajo de la crisis financiera.”

Vale, pues nada, se cumplen los tres puntos que anuncian crisis. Nos viene una gorda. Cógete un fusil, un cartón de tabaco, un generador a diesel y un lingote de oro para pasar los próximos 10 años.

O quizá, quizás no sea necesario. 

Voy a tratar de limpiar el aura agorera de los bitcoiners argumentando que esta crisis que se avecina no se caracterizará por el derramamiento de sangre, ni a su final tendremos que escuchar los podcasts recitados a gritos en la plaza del pueblo.

Las grandes crisis anteriores dibujan una imagen de cambio, de decisión y sí, también de angustia, dolor y conflicto, pero lo más reseñable de ellas es cómo la humanidad que emergió era una versión mejorada de la misma. Las guerras que salpican estas transiciones, si bien destacan por la dureza de la violencia entre personas, no son lo verdaderamente importante. Lo importante ocurre un martes cualquiera, se cocina en todos los momentos aparentemente cotidianos, que llenan los huecos de la historia entre conflicto y conflicto.

 Si la crisis de hace 240 años nos llevó a un nuevo sistema político, la de hace 160 a una nueva forma de producir, la de hace 80 a un nuevo dinero, la crisis actual desembocará en una nueva forma de organizarse socialmente. 

La pérdida de confianza en las instituciones colisionará con la descentralización que permite la vida digital. La ineludible crisis se superará y a su final se habrá instaurado un nuevo estilo de organización menos encorsetado, asentado sobre los atributos de la tecnología.

Los grandes perdedores a la conclusión de este proceso serán aquellos invertidos en una forma de relacionarse estrictamente jerárquica en la que un ente dirige y otro sigue. Desde la antigüedad, este ha sido el sistema impuesto y eventualmente más aceptado debido al elevado coste de no participar en él y a la dificultad de medir los resultados de las alternativas. El coste de no participar en el sistema de mandatario y súbdito es, claro, el coste de verse expuesto a violencia por parte del mandatario. Por otra parte, la dificultad de medir viene de que históricamente el proceso por el cual se decide quiénes son los ganadores y quiénes los perdedores tarda mucho tiempo en resolverse. Esto hace difícil para el observador medir correctamente cuál es la actuación más beneficiosa. En el mundo en el que nos adentramos desde hace unos años y el que será plenamente impuesto tras esta crisis, este proceso se resuelve mucho más rápidamente y es más fácil para un tercero ver cuál es la decisión con un retorno potencialmente mayor. Por otra parte, la exposición a la violencia, en la forma de ataques a la propiedad principalmente, se vuelve mucho más difícil con activos como Bitcoin.

Por poner nombre y apellidos a los perjudicados, en mi opinión serán aquellos que dependen de la estructura estatal. En Europa, entre un 15-30% trabajan para el gobierno y más de un 20% son pensionistas. Los primeros, en particular, tienen todas las papeletas para ser sacrificados en el altar del estado cuando se demuestre imposible sostener tanto dispendio público. Si el político ha de ofrecer un sacrificio a la mayoría, habida cuenta que ésta es la que produce y genera impuestos, el empleado público me parece un objetivo obvio. 

Los ganadores serán aquellos que adopten la flexibilidad y una estructura organizativa menos rígida. La era digital coronada por Bitcoin reduce el coste de no depender de una estructura organizativa rígida. Hace más sencillo cambiarse de jurisdicción a una que sea más agradable fiscalmente; permite a la persona acceder a opiniones diferentes a las proclamadas por los supuestos guardianes de la verdad y, gracias a Bitcoin en particular, la comunicación se mantiene a salvo. 

El principal medio de comunicación de la sociedad es el dinero. Qué demandamos y cuánto viene expresado en intercambios en los que siempre una pata es dinero. Es este lenguaje universal el que nos permite tomar mejores decisiones en cuanto a qué producir y cuánto. Con Bitcoin, este sistema de comunicación no se puede ver interrumpido.

El procedimiento que llevará bitcoin a una cantidad suficiente de gente lo describe Dalio en su experiencia con las crisis anteriores: “Al principio de mi carrera, aprendí a través de un par de dolorosos errores que las cosas más grandes que me sorprendían lo hacían porque nunca habían ocurrido en mi vida, pero habían ocurrido muchas veces en la historia. La primera vez que ocurrió fue el 15 de agosto de 1971, cuando yo trabajaba en la Bolsa de Nueva York y Estados Unidos incumplió su promesa de deuda de permitir a la gente cambiar sus dólares de papel por oro. Pensé que se trataba de una gran crisis que haría bajar los precios de las acciones, pero subieron mucho. No entendía por qué porque nunca antes había experimentado una gran devaluación monetaria. Cuando miré atrás en la historia, vi que ocurrió exactamente lo mismo el 5 de marzo de 1933, cuando Roosevelt incumplió la promesa de EEUU de dejar que la gente cambiara su papel moneda por oro y las acciones subieron. Eso me llevó a estudiar y aprender el porqué: que el dinero podía crearse, y cuando se crea, baja de valor, lo que hace que las cosas suban de precio.” Como entonces, la crisis actual incrementará el valor de bitcoin en términos de dinero fiat, haciendo que más gente demande acceso a él. 

La crisis no hará desaparecer al estado como ente ni a la democracia como forma de organización política. Precisamente por esto, los gobernantes, en su esfuerzo por mantener el control, sacrificarán lo que sea necesario para así congraciarse con sus votantes. También tratarán de controlar la economía y a la sociedad. Al final de esta lucha encontraremos estados tendentes a la libertad y la descentralización y estados opresivos. La riqueza de los primeros eventualmente hará desfallecer a los segundos y así, igual que se impuso la democracia, el carbón y el dinero fiat, la flexibilidad organizativa se impondrá, con Bitcoin como bandera.